Formas cercanas y futuros diferidos.

A primera vista, las obras de Francisco Miranda son elegantes y apacibles. Sus simetrías precisas (sustituidas, en algún momento, por una progresión no menos exacta), sus justas combinaciones cromáticas (reducidas, a veces, a la desnudez de los materiales que las componen), sus equilibrios inalterables, ponen de manifiesto una voluntad formal impulsada por un orden casi marcial. Suspendidas en la pared, con una potencia centrífuga que neutraliza cualquier accidente a su alrededor, hacen gala de una presencia que las instaura como entidades concretas y contundentes, incluso a pesar de su evidente fragilidad. Sólidas y etéreas al mismo tiempo, emanan una suerte de autoridad que captura de inmediato la atención.

Sin embargo, esa serenidad es sólo aparente. Si se observan detenidamente, todas ellas se sustentan en una delicada tensión que va desde la superficie al volumen, desde la línea al plano, desde la geometría a la figuración. Una tensión que compromete a la pintura, al dibujo, a la escultura y a la arquitectura en la conformación de un producto híbrido y complejo, a medio camino entre el objeto autónomo y la ornamentación. Una tensión significativa, en la medida en que pone en escena un conflicto que, simultáneamente, apresa la mirada y enriquece la experiencia visual del espectador.

Si se buscan referencias formales, las piezas parecen inspiradas en ciertos patrones decorativos que recuerdan las inventivas figuras del art decó y el art noveau. Líneas curvas exaltadas e insistentes se desprenden como emanaciones de estructuras geométricas que dan estabilidad al conjunto, a pesar de la fuerza expansiva de aquéllas, dotando a toda la composición de una cualidad orgánica. Si se siguiera con las filiaciones formales, se podría decir que las obras parecen fósiles de insectos, máscaras o extraños seres de existencia insospechada, dotados todavía de algún tipo de vitalidad ¿Raros especímenes del porvenir, como sugiere el título de la exposición? ¿O quizás algún tipo de diseño arquitectónico que subsume cuerpos a la manera de símbolos, como una suerte de cariátide futurista?

En todo caso, no es necesario abusar de la fantasía. Las obras poseen una cualidad plástica que no requiere de suplementos argumentales o interpretativos para ser abordadas con propiedad. Esas cualidades se manifiestan en diferentes niveles: en las formas, los materiales, la composición, las relaciones con el entorno, las metáforas, los efectos perceptivos. Aunque en una primera impresión su construcción exhibe cierta regularidad (por ejemplo, todas son frontales y tienen su punto de partida en un plano), sutiles variaciones trastocan por completo el sentido de su planteamiento estético: una de ellas, policromada, se desprende netamente de la pared destacando sus valores gráficos: figuras geométricas, líneas y planos de color enfatizan las relaciones compositivas, la simetría, el equilibrio; otra, de madera, ubica en primer plano su presencia material, homogénea y maciza; un conjunto de ellas, en variaciones crecientes de gris, resaltan su carácter objetual por el efecto de la sombra que surge de su leve separación de la pared; otra, espejada, refleja el espacio circundante e introduce al espectador al interior de su diseño sofisticado.

Así, la regularidad inicial da paso a una riqueza de recursos notable y a una diversidad de soluciones visuales que surge de una investigación precisa. Su confección laboriosa no oculta que estas obras son asimismo la ocasión de un pensamiento. Un pensamiento que se permite provocar cierta magia y algún misterio, desde su realidad poética actual, hacia un futuro prometido.

Rodrigo Alonso